Un hombre quiere colgar un cuadro. Tiene el clavo, pero no el martillo. El vecino tiene uno. Así que nuestro hombre decide ir donde él y tomarlo prestado.
Pero entonces tiene una duda: ¿Qué pasa si el vecino no quiere prestarme el martillo? Ayer apenitas me saludó.
Tal vez tenía prisa. Pero tal vez sólo fingía tener prisa, y en realidad tiene algo en mi contra.
¿Y qué? Yo no le hice nada; él se imagina algo. Si alguien quisiera que yo le prestara una herramienta, se la daría inmediatamente.
¿Y por qué no él? ¿Cómo puede uno rechazar un favor tan simple a un ser humano? La gente como ese tipo envenena tu vida. Y luego se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo.
Ahora ya basta para mí. – Así que se acerca a la casa, toca el timbre, el vecino abre, pero antes de que pueda decir „hola“, nuestro hombre le grita:
„¡Quedate con tu martillo, pendejo!“
Fuente:
Paul Watzlawick. Anleitung zum Unglücklichsein. Verlag Piper, München, 1983