Dedicamos una sección aparte a este sentimiento porque las reacciones de miedo, en particular, se producen a menudo en los procesos de cambio y sobre todo en relación a la transformación de conflictos.Otto Scharmer (2011) también nombra explícitamente la Voz del Miedo como una reacción de evasión y la asigna al nivel de Voluntad Abierta, que tiene que ver con dejar ir y dejar venir, con procesos de transformación más profundos.
Ahora, las personas pueden ser más o menos propensas a las reacciones de miedo. Como facilitador(a), es importante ser consciente de la diversidad de formas en las que pueden mostrarse para notarlas desde el principio.
Ahora las personas pueden ser más o menos propensas a las reacciones de miedo. Como facilitador, es importante ser consciente de la variedad de formas en las que pueden mostrarse para notarlas desde el principio.
Las reacciones de miedo son esencialmente reacciones de estrés y desencadenan impulsos como la lucha, la huida o la congelación. Esto significa que el miedo tiende a manifestarse indirectamente. Puede esconderse detrás de un comportamiento agresivo, así como detrás de un sentimiento de intangibilidad o de adormecimiento interior.
Muchos integrantes de equipos de una organización están familiarizados con el fenómeno de que, en situaciones de cambio, algunos directivos obvían en gran medida la comunicación, lo que también es una forma de replegarse en el miedo. En cualquier caso, el miedo en el sistema hace que las cosas se estrechen, en los espacios y los flujos y, por tanto, en el pensamiento y la movilidad y flexibilidad de las personas. Esto puede conducir a la llamada visión de túnel. Los siguientes mensajes son importantes para nuestro trabajo de transformación:
En su libro “Los fundamentos emocionales del pensamiento”, Luc Ciompi describe el miedo de la siguiente manera: “Los sentimientos de miedo (…) son ante todo advertencias vitales de peligro. (…) El miedo es, pues, un afecto muy significativo, una banalidad que sólo hay que subrayar porque hoy en día se suele opinar que el miedo es intrínsecamente malo y que hay que eliminarlo por cualquier medio y a cualquier precio” (Ciompi 1997, p. 100).
El miedo es un sentimiento indicador que advierte del peligro y nos pone en alerta.
Si creemos que tenemos que deshacernos de él, nos deshacemos de una importante función de señalización.
En una discusión (Retzer 2012, p. 62) sobre “la buena vida”, Arnold Retzer habla de nuestra sociedad como una “sociedad que lucha contra el miedo”. También quiere decir con esto que el miedo es un sentimiento que a la gente de nuestra sociedad no le gusta expresar, no le gusta admitir. Como resultado, a menudo ni siquiera somos conscientes de que tenemos miedo. Como resultado, apenas tenemos oportunidades de enfrentarnos al miedo, de mirarlo y preguntarnos qué se esconde detrás de él. A menudo nos encontramos con esto en nuestro trabajo con grupos.
Volver a hacer “socialmente aceptables” los miedos tácitos y llevarlos a la comunicación es, por tanto, en muchos casos una tarea tácita en el trabajo como facilitador(a).
El miedo subyace en muchas otras dinámicas perturbadoras
Los resultados de los llamados grupos T de los años 60 – T significa Training (formación)- eran seminarios dinámicos de grupo para personas adultas en los que la psicosociología realizaba sus investigaciones de campo y desarrollaba sus métodos. En sus estudios psicosociológicos, muestran lo profundamente arraigado que está el miedo en nuestra dinámica humana básica.
“Todos los miembros de la organización, independientemente de su función y más allá de su diferencia explícita, comparten los mismos conflictos psicológicos que constituyen la base de su comunicación y el origen de sus compromisos.
En un nivel profundo, los miembros de la organización (…) comparten el conflicto dinámico entre el deseo de formar una comunidad basada en una relación real y el miedo a hacerlo” (Pagès 1989, p. 253).
Es el conflicto fundamental entre el anhelo de conexión colectiva y el conocimiento simultáneo de nuestra separación que nos caracteriza a los humanos del mundo occidental.
En el curso posterior de su libro, Pagès (1989, p. 142 y ss.) muestra qué manifestaciones puede desarrollar este conflicto básico. Como los humanos tratamos de ocultar el conflicto básico, lo transmitimos, por ejemplo, con ponernos a la defensiva, con transgresiones, agresividad o transmisiones, posiblemente incluso con formas agresivas. Todo esto tiene un nivel colectivo, lo que significa que es común a nosotros las y los humanos.
Es precisamente este conocimiento de cómo el miedo suele subyacer a otras dinámicas perturbadoras lo que puede ayudarnos a tratar con los implicados de forma atenta y cuidados. Si nos esforzamos por ver qué miedos están presentes y qué representan, la conexión con el tema o la preocupación común nos lleva a aliviarnos y a desplegar un nuevo poder que antes estaba atado al miedo.
Un coordinador de proyecto consideró que había lagunas en el flujo que provocaban una importante pérdida de información y, por tanto, impedían el éxito de todo el equipo. Pidió a todas las personas implicadas que pusieran sus procesos en un esquema predefinido. En una reunión, se pusieron los procesos uno al lado del otro y se cuestionaron. El silencio reinaba en la sala y las preguntas se respondían con evasivas y justificaciones. Se notaba que había un miedo básico, es decir, el miedo a ser fuente de errores, a ser expuesto o incluso a ser despedido. Sólo gracias a las cualidades de facilitador del coordinador -por su actitud exploradora, su voluntad de comprensión, su lenguaje apreciativo y la repetición constante de su petición-, el equipo fue comprendiendo que en realidad “sólo” se trataba de encontrar la brecha y optimizar el proceso y no de calificaciones personales. Poco a poco, el equipo se abrió al proceso de aprendizaje.
Fue fascinante ver cómo personas consideradas de alto rendimiento y compromiso pueden seguir teniendo miedo de ser despedidas y expuestas. Esto sugiere que se trata de una especie de miedo primario.
En resumen, no importa cómo surja el miedo y con qué reacciones de estrés u otras dinámicas tratemos de lidiar con él, es lo contrario del estado que la gente necesita para estar abierta a lo nuevo y practicar la conciencia plena para que las señales débiles se abran paso en nuestra conciencia cotidiana.
Gerald Hüther incluso afirma: “El miedo es económicamente improductivo” (2010, pp. 44-47).
Al mismo tiempo, vivimos en una sociedad exigente que nos hace llegar una enorme presión por todos lados. Y la presión desencadena la ansiedad y el estrés, como demuestran, por ejemplo, los cada vez más frecuentes debates sobre el estrés y los resultados de las investigaciones sobre el agotamiento que circulan por las redes sociales y medios.
Se trata de una situación paradójica que, como facilitadores de procesos de cambio, encontramos una y otra vez con toda su fuerza. Así que: ¡No tengas miedo al miedo! Por el contrario, tenemos que desarrollar y tener un buen entendimiento de los temores en el sistema.
Puede trabajar su actitud interior con las siguientes preguntas:
Sin embargo, como ocurre a menudo en la vida, es una cuestión de dosis, cómo debemos tratar los sentimientos y las necesidades. Se trata de permitirlas y percibirlas como señales, sin dejarse llevar y rendirse a ellas.
La ciencia nos ofrece algunos resultados interesantes al respecto, que David Rock describe en su libro “Brain at Work”. Working Smarter, Reaping More” (2011):
Estos resultados respaldan nuestra tesis y nuestras experiencias: Sólo cuando percibimos nuestros sentimientos y, por tanto, abrimos el camino a las necesidades que hay detrás de ellos, y formulamos y aceptamos estas necesidades, experimentamos la ligereza y la fuerza que, de otro modo, parecen estar atadas en un nudo o en un atasco.
Expresar sentimientos
Esto significa: se nos permite enojarnos cuando no se nos escucha o cuando los miembros del equipo nos critican en lugar de ver nuestro desempeño. Siempre con la certeza de que estamos haciendo algo bueno por nosotros(as) mismos(as).
Pero esto también significa que debemos “saltar de alegría” de vez en cuando cuando se ha conseguido un éxito o ha ocurrido algo bonito.