Nada puede explicar el sufrimiento, el mal, el tormento, la destrucción y el hambre en el mundo.
Pueden valientemente intentarlo con sus fórmulas religiosas y otras enseñanzas - no lo lograrán porque la vida es un misterio.
Primero tienes que despertarte y luego, de repente,
te das cuenta de que tú eres el problema, no la realidad.
Antonio De Mello
Además de las creencias que limitan y los impulsores internos, hay otros elementos que nos dificultan e incluso impiden aceptar lo que es:
Todos aquellos que no viven el momento presente y no aceptan lo que es tienen, entre otras cosas, la costumbre de comparar constantemente cosas y situaciones entre sí y a sí mismos(as) con las y los demás.
Para comprobarlo usted mismo, basta con comer o tomar una copa en la terraza de un restaurante también frecuentado por turistas. Pocas veces se hace el comentario sobre el hermoso paisaje o el gran privilegio de poder irse de vacaciones. No, a menudo hay comparaciones como éstas:
“Pero el café aquí es caro. El año pasado en Italia pagamos sólo ….”
“Cuando pienso que podría haber ido a Túnez, al menos allí brilla el sol. El clima aquí es miserable.”
“Creo que tengo el mismo bronceado que esa mujer de allí.” Etc.
John Lennon escribió una vez que:
“La vida es lo que pasa a nuestro lado mientras estamos ocupados”.
Cuando hacemos comparaciones y vivimos en el pasado o el futuro en lugar de en el presente, esto nos impide aceptar lo que es ahora, vivir lo que surge y, si es necesario, encontrar estrategias o soluciones para cambiar la situación actual.
Hace un tiempo descubrimos una pequeña obra del siglo XIX titulada “Informe de Marc Séchaud, ex trabajador forzado en Siberia” en una librería que estaba a punto de cerrar. En 48 páginas se cuenta una historia monstruosa, la de un joven suizo nacido en 1853.
Su madre, viuda, trabajaba como ama de llaves en algún lugar de Rusia y, cuando cumplió la mayoría de edad, le escribió una carta sugiriéndole que viniera también a este país donde le esperaba un buen trabajo.
Marc Séchaud emprendió su viaje y, lamentablemente, a raíz de una serie de increíbles confusiones, pensaron que era otra persona y lo enviaron como trabajador forzado a las minas de Siberia. Allí permaneció muchos años, padeciendo palizas, desnutrición y accidentes laborales.
Al final logró escapar con un compañero de sufrimiento y regresar a su pueblo natal en Suiza. Lo sorprendente de su informe es, sobre todo, la capacidad de este hombre para aceptar lo que es. Mientras sus compañeros sólo piensan en los bonitos días pasados, lloran, se rebelan y varios de ellos mueren a consecuencia del maltrato de los guardias, Marc Séchaud intenta vivir de un momento a otro lo mejor que puede.
Por supuesto, eso no significa que encuentre nada bueno en su situación, pero es lo que le toca vivir en este preciso momento. En este momento es importante utilizar todo lo que sea propicio para la supervivencia, aquí y ahora.
Aceptar no significa “amar lo que es” ni simplemente someterse.
Significa darse cuenta de que no existe otra realidad por el momento
y que cuanto más estés en contacto con ella,
mejor podrás encontrar formas de vivirla y “utilizarla”.
Lo que vivió Marc Séchaud, el trabajador forzado en Rusia, es similar a la historia de Roger McGowan, que ya mencionamos anteriormente.
Roger McGowan nació en el gueto negro de Houston, Texas, en 1963. Cuando tenía poco más de 20 años, fue arrestado y acusado de prestar su automóvil a su hermano y a su primo, quienes lo usaron para robar en un bar, matando sin querer al propietario. Los testigos reconocieron el número de matrícula del carro. El fiscal prometió libertad a un prisionero que conocía a Roger si daba falso testimonio en su contra.
El defensor público de Roger era un alcohólico notorio que nunca visitó a su cliente antes del juicio y se durmió durante las audiencias. Así fue como Roger McGowan había estado viviendo una vida miserable en prisión desde 1987, esperando su ejecución. En 2012 fue liberado del corredor de la muerte y espera un nuevo juicio.
Gracias a su aceptación de lo que es y a su desarrollo espiritual, ahora es un maestro que conquista a muchas personas y les sirve de apoyo moral.
Escribe sobre la aceptación de lo que hay en su libro “Mensajes de vida del corredor de la muerte”:
“Muchas noches me quedo despierto pensando en lo que pudo haber sido pero no fue. Sé bien que la vida tiene sus altibajos. También entiendo perfectamente que no todos podemos ser geniales y grandes, pero todos podemos aspirar a serlo. Mucho podría haber sido o debería haber sido, pero ´podría haber sido´ y ´debería haber sido´, ya no se puede tener en cuenta.
Deberíamos proponernos hacer lo mejor que podamos con lo que es. Este es el coraje de seguir soñando, seguir esperando y seguir avanzando cuando todo parece muy lejano. Es la naturaleza de la vida continuar creciendo de manera constante mientras todo lo demás parece estar muriendo.”
La envidia es otro obstáculo que nos impide aceptar lo que es, día tras día.
Algunas personas interpretan que su propia realidad ofrece menos motivos de alegría o bienestar que la realidad de las demás personas, sus parientes, amigos(as), colegas y vecinos(as).
Devalúan su propia situación y buscan lo que tienen las y los demás.
Hace muchos años, como parte de su trabajo en una clínica psiquiátrica de Estados Unidos, Rosette Poletti atendió a una joven de 20 años que ya había realizado varios intentos de suicidio.
Desde que tenía seis o siete años sentía una envidia morbosa de su hermana gemela, a quien consideraba muy hermosa, mientras que ella se encontraba francamente fea. Atrapada en esta creencia, no pudo soportar su imagen en el espejo e intentó suicidarse varias veces de diferentes maneras. Varios psicoterapeutas ya habían intentado ayudar a esta joven y estaban desesperados.
La paciente dijo que ella era demasiado fea para poder permitirse vivir ya que su hermana era tan hermosa.
Todas las personas que la cuidaban y también veían a su hermana gemela los días de visita se sorprendían de lo increíblemente parecidas que eran, algo común en los gemelos idénticos.
Una de ellas simplemente había decidido, por alguna razón desconocida, que su hermana era hermosa y ella fea.
Esto le impidió por completo ver y aceptar lo que era.
En cambio, su interpretación de la realidad, sus falsas creencias, formaron su realidad.
Al igual que la envidia, los celos también nos impiden ver lo que es.
¿No se dice que a alguien lo ciegan los celos? A menudo recibimos cartas sobre problemas en las relaciones de lectores descontentos. Los celos a menudo influyen, especialmente en la infidelidad y las aventuras amorosas. Estos celos nos roban la oportunidad de ver lo que es y aceptarlo.
Aquí hay dos ejemplos.
Jeanette vivió con su marido durante 30 años. Criaron juntos a dos hijos que ahora llevan sus propias vidas.
Los padres se quedan solos. Un día, Janett queda consternada al descubrir que su marido la está engañando. Ella reacciona discutiendo, gritando, llorando, amenazando.
Nada ayuda. El marido siente pasión por una joven de la edad de su hija. Decide dejar a su esposa y solicitar el divorcio.
Janett no puede creerlo, no puede aceptar esta realidad. En su enojo, deja comentarios sumamente ofensivos en el buzón de voz del teléfono de la mujer “quien le robó a su marido”. Se aísla, se deprime, la envían a una clínica psiquiátrica y quiere retomar la vida matrimonial juntos, pero su exmarido no quiere eso.
Ella todavía es incapaz de aceptar lo que es. Hoy lleva una vida triste y deprimente con la ayuda de antidepresivos. “Yo simplemente sigo sin poder aceptar lo que pasó”, repite como un mantra.
Sus hijas ya están cansadas de esta actitud y se han distanciado de esta “Madre Dolorosa”. Ni el más mínimo plan para el futuro, ni idea de qué hacer a continuación. El camino de la vida de Jeanette se detuvo el día que descubrió la infidelidad de su marido.
Ella era y sigue siendo incapaz de aceptar la realidad tal como es.
A diferencia de Jeanette, Hannah acepta lo que es. Ella también fue abandonada por su marido, quizás en parte porque no podía tener hijos.
Su marido la engañó y ahora vive con su nueva joven pareja, que le ha dado un hijo. A Hannah le resultó difícil aceptar la noticia de que el hombre que había desempeñado un papel tan importante en su vida había encontrado a otra persona. Sin embargo, no había nadie a quien pudiera culpar. Así que lo único que podía hacer era aceptar lo que era y sacar lo mejor de ello.
Hannah ha trabajado en su desarrollo personal. Ha aprendido que cada persona tiene que vivir su vida y que no es posible ni deseable mantener a toda costa una relación en la que ya no hay amor.
Se formó como voluntaria en cuidados paliativos y ahora visita a personas al final de su vida varias veces por semana, mientras trabaja a tiempo parcial como vendedora en una gran tienda.
Dice que si hubiera podido decidir el rumbo de su vida, no lo habría elegido así, pero está en paz y calma, puede aceptar lo que fue y ha encontrado la manera de llevar una vida positiva.
“El drama consiste en que
la mente está bloqueada por lo que uno sabe,
el corazón está limitado por lo que uno ama,
la fe está bloqueada por lo que uno cree.”
Jean-Yves Leloup
La competencia, querer ganar a toda costa, puede impedirnos reconocer lo que es.
Vivimos en una sociedad obsesionada con superar a las y los demás, escribió recientemente un periodista. Este deseo de ganar a toda costa, de superar a las demás personas, de ser juzgados y valorados mejor que ellas, de ser más populares, más bellos(as), más talentosos(as), nos impide reconocer lo que es, distinguir entre lo esencial y lo irrelevante.
Para este discernimiento es necesario ver la realidad en todo lo que la constituye y detenerse a mirar de cerca las cosas y los resultados, sentir, pensar. Para muchas personas, este enfoque de abordar las cosas se ha vuelto imposible porque están muy ocupados tratando de superar a las demás personas.
Animada por su madre, Manuela quiso ser bailarina.
Desde que tenía cuatro años, su madre la había apoyado y, en ocasiones, presionado para que tomara clases cada vez más extenuantes, hiciera dieta y se concentrara por completo en este sueño.
Sin embargo, los profesores de la niña no creían que sus habilidades de baile fueran particularmente fuertes y habían intentado varias veces dejárselo claro a su madre. ¡En vano!
Para esta mujer, su hija era una bailarina estrella. Ella pondría toda su pasión, toda su energía en este objetivo. Durante años, madre e hija perseveraron a pesar de toda la oposición.
Manuela se lastimó varias veces mientras bailaba. Cada vez se contrató a los mejores médicos y fisioterapeutas y, tan pronto como fuese posible, se reanudaron los cursos y entrenamientos de manera aún más intensiva y se siguió una dieta estricta.
En repetidas ocasiones sucedió que Manuela no fue seleccionada para actuaciones o castings.
Cada vez estaba profundamente triste. Pero la madre no notó ninguno de estos signos. A los 14 años, Manuela hizo un grave intento de suicidio tras otro fracaso.
Estuvo varios días en la unidad de cuidados intensivos, oscilando entre la vida y la muerte. Gracias a la intervención de un psiquiatra que la atendió tras el incidente, Manuela finalmente se liberó de ese objetivo vital inadecuado de convertirse en bailarina, que se había visto obligada a internalizar para mantener el amor de su madre.
Estas dos personas vivieron en una ilusión durante años, incapaces de ver la realidad y aceptar lo que es.
El egocentrismo también nos impide aceptar lo que es. Ver lo que es, oír lo que es requiere un mínimo de apertura a lo que la otra persona dice y a lo que es. Si pensamos que tenemos razón, que tenemos el monopolio de la verdad, seremos incapaces de desarrollar una mente abierta y reconocer los hechos.
El siglo XX está repleto de ejemplos de líderes locos que se centraron exclusivamente en su propia verdad y no en la realidad. Algunos han arrastrado a su población a su respectiva locura.
El nacionalsocialismo en el Tercer Reich, por ejemplo, era una inmensa ilusión colectiva y etnocéntrica cuyos seguidores habían perdido todo contacto con la realidad. Incluso a nivel personal, aquellos que se consideran la visión más cercana del mundo y no ven nada más, son incapaces de aceptar lo que es.
Tus relaciones con las y los demás son insatisfactorias, tu relación se está deteriorando, a tus hijos no les va bien y tu vida profesional se está yendo por el desagüe.
Pero no se entiende todo esto: las y los demás se equivocan y no han entendido nada.
Estas personas no se cuestionan a sí mismas y les resulta completamente imposible aceptar lo que es.
Una de las cosas que limita severamente la capacidad de aceptar la realidad es definitivamente el resentimiento: guardar resentimiento contra alguien, quedarse estancado(a) en la idea de que la otra persona no debería haber dicho o hecho algo, que no debería haberse comportado de esta o aquella manera.
Pero como eso es exactamente lo que ha sucedido, si seguimos estancados(as) en el resentimiento no hay manera de que podamos cambiar nuestra perspectiva sobre la situación.
En un reality show transmitido por televisión hace algún tiempo, una mujer en sus 40 años fue invitada por su yerno a reconciliarse con él.
Los dos habían discutido tres meses antes. Hubo insultos y no intercambiaron una palabra durante todo el período. La nieta, que quería mucho a su abuela, sufrió esta separación y todas las partes involucradas tuvieron dificultades para sobrellevar la pérdida total de comunicación.
El yerno pidió perdón y explicó qué circunstancias le habían llevado a no poder controlar más sus palabras. Pero no se podía hacer nada. La suegra, plenamente convencida de que ella tenía la razón, no cedió ni un ápice.
Ella había sido insultada y respondió en el mismo tono. Porque, como repetía insistentemente y con convencimiento: “Si alguien quiere tener problemas conmigo, que venga para acá”. Una frase que se suponía explicaría su actitud rígida e inflexible.
Frente a millones de televidentes, permaneció en su lógica, en su resentimiento, en el pasado, en lugar de estar abierta al presente, a lo que era en ese momento y a las posibilidades de cambio.
La monja María Paz Marinho cita esto en su libro “Libres en fin” a Antonio de Mello”:
“Lo mismo ocurre cuando estás enojado con alguien.
Siempre eres responsable de tu enojo, incluso si la otra persona provocó el conflicto y te insultó o te faltó el respeto.
Es la idea de ti mismo a la que estás apegado lo que te hace sufrir, no el conflicto, el insulto o la falta de respeto.”
Podemos sentirnos heridos(as) por los comentarios o el comportamiento de otras personas hacia nosotros(as).
Entonces tiene sentido preguntarse por qué estas declaraciones o estas acciones son tan difíciles de aceptar. Cuando llegamos a la conclusión de que no merecemos esta falta de respeto o estos insultos, lo adecuado es dejar de lado todo el asunto y volver a la calma y la compostura. Por el contrario, si admitimos que en una ocasión u otra nuestro comportamiento no fue el que debería haber sido, entonces podemos aceptar la reacción que provocó en las demás personas y aprender de lo sucedido.
Entonces todo vuelve a su orden habitual, no quedan rencores o resentimientos.
En el ámbito de nuestras relaciones interpersonales, aceptar lo que es significa recordar siempre que cada persona está fuertemente condicionada, por así decirlo, por su familia, su cultura y su religión, que su discurso y sus acciones se basan en estas programaciones y que esto muchas veces no tiene nada que ver con la dificultad que ha surgido en la relación entre él/ella y nosotros(as). En consecuencia, cualquier resentimiento es inútil y actúa como un filtro que nos impide ver lo que es y encontrar formas de mejorar las situaciones problemáticas.
El resentimiento también actúa como un factor de estrés interno. Cada vez que nos encontramos con una persona con la que guardamos rencor, la percibimos en el contexto del conflicto ocurrido y de las expectativas incumplidas que teníamos sobre ella.
El resultado es que nuestro corazón late más rápido, la presión arterial aumenta porque hemos abandonado el presente y ya no vemos lo que es, sino que revivimos la tensión del pasado.
La única cura para el resentimiento es dejarlo ir y eso significa que decidimos que la esencia importante de nuestra paz interior es la calma y estar presente en el momento.
Esto no siempre es fácil. Es un camino que tomamos, una meta que podemos perseguir con todas nuestras fuerzas a medida que avanzamos lentamente hacia la aceptación de lo que es.
Aceptar lo que es significa aceptar que somos imperfectos y aumentar nuestra capacidad de vivir “conscientemente”, día a día. Este es un enorme desafío para la mayoría de las personas.
Todos (as) queremos estar conforme con la imagen que tenemos de nosotros(as) mismos(as). Y cuando sucede algo que nos confronta con nuestras limitaciones y revela nuestras debilidades, surgen sentimientos de culpa. Como resultado, perdemos el contacto con lo que es y, en cambio, permanecemos mentalmente atrapados en el barro del campo improbable de lo que debería haber sido, lo que debería haberse dicho o lo que debería haberse hecho.
Un hombre cuyo hijo se suicidó hace casi 15 años expresó su inmensa culpa. Sintió que había fracasado en la crianza de su hijo. En repetidas ocasiones enfatizó que ya no podía darle la voluntad de vivir ni enseñarle a soportar la frustración.
En los 15 años transcurridos desde la muerte de su hijo, permaneció obsesionado con el “error” que percibió, con lo que describió como su “fracaso”. No había encontrado la paz interior. Dedicó todo su tiempo libre a trabajar como voluntario en organizaciones que trabajan en el área de prevención del suicidio.
Si le preguntabas cómo estaba, siempre respondía lo mismo: “Eso no importa en absoluto. ¿Cómo está Usted?” Esta vida que estaba atada a un pasado que le resultaba inaceptable, en el que era incapaz de aceptar lo que era o reconocer lo sucedido se había vuelto insoportable para su esposa. Ella había solicitado el divorcio. Su otro hijo, muy vivaz, se había distanciado de este padre, consumido por la culpa e incapaz de aceptar la realidad y vivir el presente.
Este padre perplejo intentó lo mejor que pudo afrontar el drama que había vivido. Sin embargo, su enredo en sentimientos de culpa le impidió ver que él también era sólo un ser humano. Un padre que había hecho lo mejor que podía, como la mayoría de los padres, y que no había podido evitar que su hijo eligiera la muerte antes que la vida.
Quizás el suicidio de su hijo fue tan insoportable y absurdo para este hombre que inconscientemente eligió la culpa para tener una explicación y finalmente darle sentido a la muerte de su hijo. “Soy culpable, viene de mis errores en la educación, eso lo explica todo.”
Lamentablemente, la culpa es un espejo distorsionador que nos impide ver la realidad.
Ser humano significa ser imperfecto, significa cometer errores, significa que tenemos que aceptar que a veces no entendemos algo, que nos enfrentamos a los grandes misterios de la vida y a cosas que nos parecen injustas y absurdas.
Ser humano(a) significa trabajar en aceptarnos a nosotros(as) mismos y a lo que es, para luego poder decidir cómo afrontar lo que nos ha pasado.
Ser humano significa que intentamos vivir lo mejor que podemos en este momento, teniendo en cuenta nuestras circunstancias y el hecho de que la culpa no sirve.
Fuente:
Poletti, Rosette. (2024). Akzeptieren was ist. Scorpio Verlag München. Pág. 40-60
Traducido, resumido y adaptado por Rita Muckenhirn. 22.01.2025.