Era una laguna de agua cristalina, en la que se reflejaban miles de tonos de azul y verde, y en la que nadaban peces de todos los colores de este mundo. Un día, la tristeza y la ira quisieron bañarse en este lago mágico y transparente. Los dos se quitaron la ropa y se metieron desnudos en el agua.

La ira, que -como siempre- tenía mucha prisa, se lanzó al agua, resopló por el lago y ya estaba fuera del agua de nuevo.

Pero la ira es ciega, al menos no sabe lidiar con la realidad tan bien así que, totalmente desnuda y con prisa, se puso la primera ropa que encontró al salir. Así sucedió que no se había puesto la ropa suya, sino el traje de la tristeza, y ahora, sin darse cuenta, caminaba por el reino disfrazada de tristeza.

Mientras tanto, con toda la tranquilidad y la ponderación, dispuesta a quedarse y entretenerse un poco dondequiera que estuviera, la Tristeza terminó su baño y, sin perder el tiempo en pensar sobre el tiempo transcurrido, salió del agua lenta y pesadamente.

En la orilla, se dio cuenta de que su ropa ya no estaba. Ahora, para la Tristeza no hay nada más desagradable que su desnudez.

Así que se puso la única ropa que encontró: el abrigo de la ira.

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