Introducción
Módulo 1: Fundamentos de la Transformación de Conflictos
Módulo 2: Comprendiendo el conflicto I - Bases y Enfoques
Módulo 3: Comprendiendo el conflicto II - Herramientas
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Cuento: No aguantes todo lo que pase

No aguantes todo lo que pase

Vivíamos en el tercer piso en el centro de la ciudad y nunca fuimos culpables de nada, ni siquiera con los Gómez del otro lado de la calle. Fuimos amigos durante años, hasta que la mujer tomó prestada nuestra sartén poco antes de la fiesta y no la trajo de vuelta. Cuando mi madre le regañó tres veces en vano, un día se le agotó la paciencia y le dijo en las escaleras a la Sra. Hernández, que vive en el cuarto piso, que la Sra. Gómez era una mujerzuela.

Alguien debe haber traído esto de vuelta a los Gómez, porque al día siguiente Juan y Pedro atacaron a nuestro hijo más joven, Ernesto, y le dieron una madre paliza. Yo estaba en el pasillo cuando Ernesto llegó suelto en llanto. En ese momento la señora Gómez salió por la puerta principal, yo atravesé la calle, agarré su bolsa de compras y se la puse sobre la cabeza. 

Ella gritó nerviosa pidiendo ayuda, como si algo más grave estuviera pasando, cuando sólo le estaban apretando un poco los pedazos de cristal del vaso roto en la cabeza, porque tenía unas cuantas botellas de leche en la bolsa de compras. Tal vez las cosas aún así hubieran salido bien, pero era casi mediodía, y el Sr. Gómez llegó con el coche. Me retiré inmediatamente, pero mi hermana Herminia, que regresaba a casa para comer, cayó en manos del Sr. Gómez. Le dio una bofetada en la cara y al mismo tiempo le rasgó la falda. Los gritos atrajeron a nuestra madre a la ventana, y cuando vio al Sr. Gómez lidiando con Herminia, nuestra madre le tiró unas maceteras.

A partir de ese momento hubo una amarga enemistad entre las familias. Como no confiábamos en los Gómez, Alejandro, mi hermano mayor, que es aprendiz de óptica, instaló un telescopio de tijera en la ventana de la cocina. Desde allí, nuestra madre pudo observar a los Gómez cuando todos los demás estábamos fuera de casa. Aparentemente ellos tenían un instrumento similar, porque un día dispararon desde allí con un rifle de aire comprimido. Entonces yo eliminé el telescopio del enemigo con un rifle de pequeño calibre. Esa misma noche nuestro Volkswagen estalló en el patio. 

Nuestro padre, que trabajaba como jefe de camareros en el prestigioso Café Imperial, no ganaba mal y siempre abogaba por una compensación de los daños , dijo que ahora deberíamos acudir a la policía. Pero esto no le parecía a nuestra madre, porque la Sra. Gómez divulgó en toda la calle, que nosotros, es decir, toda nuestra familia, estábamos tan sucios que nos bañábamos al menos dos veces a la semana y éramos responsables de la tarifa de agua tan alta que los inquilinos tenían que pagar a partes iguales.

Así que decidimos empezar la lucha por nuestra cuenta, y no pudimos volver atrás, porque todo el vecindario siguió de manera cautivada el progreso de la disputa. A la mañana siguiente, la calle se despertó por unos gritos asesinos. Nosotros estábamos muertos de risa,  porque el Sr. Gómez, que muy de mañana salió de primero de la casa, había caído en una fosa profunda, que se extendía frente a la puerta principal. Se retorcía bastante en el alambre de púas que habíamos puesto, pero no meneó su pierna izquierda, la sostuvo bien quieta, la había roto. En medio de  todo esto, el hombre todavía podía decir que tenía suerte, ya que en caso de que se hubiera dado cuenta de la fosa y la hubiera rondado, el detonador de una bomba de plástico estaba conectado al motor de arranque de su coche. 

Poco tiempo después Pablo Rosales, un subarrendatario de los Gómez, que quería buscar al médico en el coche, voló por los aires.

Es bien sabido que los Gómez fácilmente se ponen un poco resentidos. Alrededor de las diez de la mañana comenzaron a agujerear el frente de nuestra casa con un arma antiaérea. Primero tuvieron que aprender a disparar porque los impactos de bala no se encontraban todos cerca de nuestras ventanas. 

Eso nos quedó como el anillo al dedo, porque ahora los otros habitantes de la casa también se sentían molestos, y el Sr. López, el dueño de la casa, comenzó a temer por el yeso de la pared. Lo miró un rato, pero cuando dos granadas cayeron sin detonar en su sala, se puso nervioso y nos dio la llave del ático.

Inmediatamente nos arrastramos hacia arriba y arrancamos el camuflaje del cañón atómico. 

Todo funcionó como un reloj a la perfección. Habíamos practicado la operación con bastante frecuencia. Ahora se sorprenderán bastante, exclamó de manera triunfante nuestra madre y cerró el ojo derecho con mucha experticia como un experto artillero. Cuando apuntamos con el cañón exactamente a la cocina de los Gómez, vi un cañón idéntico parpadeando en la ventana del piso al otro lado de la calle, pero ya no tenía ninguna posibilidad. Herminia, nuestra hermana, que no soportaba la pérdida de su falda, había dado la orden “¡Fuego!” 

Con un silbido inolvidable, la granada nuclear abandonó el cañón, al mismo tiempo que siseaba en el lado opuesto. Los dos proyectiles se encontraron en medio de la calle. Por supuesto que ya estamos todos muertos, la carretera se ha ido y donde antes estaba nuestra ciudad, ahora se extiende una mancha gris-marrón. 

Pero hay una cosa que hay que decir, hicimos nuestro trabajo, después de todo, uno no puede tragárselo todo. De lo contrario, los vecinos comienzan a retozar encima de tu nariz y hace lo que les da la gana.