Los comportamientos individuales y la toma de decisiones suelen estar condicionados por factores sociales. Las personas casi nunca son pensadores(as) totalmente autónomos, sino más bien influidos y preocupados por las opiniones y acciones de los demás. Actuamos como miembros de un grupo. El apoyo que un entorno social preste al cambio individual condicionará a veces la posibilidad misma de cambio, en particular (pero no sólo) cuando entran en juego las normas sociales.
Las normas sociales son reglas informales de grupo influidas por las creencias que tienen sus miembros sobre lo que hacen y aprueban los demás miembros del grupo. Incluso en ausencia de sanciones, que pueden ser fundamentales en varias normas, esas creencias suelen existir e influir en las prácticas individuales, porque las personas tratan de ajustarse a la identidad del grupo. Las normas pueden ser tanto positivas como negativas. (Petit, 2019)
La influencia social se basa principalmente en las actitudes y comportamientos de las personas cuya opinión más valoramos, a las que consultamos sobre determinados temas y cuya percepción de nosotros importa.
Los miembros de esta “red de referencia” incluyen a familiares y compañeros, así como a personas influyentes y modelos de conducta que ejercen algún tipo de influencia sobre nosotros. Las personas tienden a imitar con frecuencia, y a veces automáticamente, los comportamientos de su red de referencia.
Pero quiénes son los miembros del grupo dependerá de la situación y del comportamiento. Por ejemplo, en una situación nueva o en un país extranjero, la mayoría alinearía su comportamiento con lo que hacen completos desconocidos.
Las personas acaban teniendo varias redes de referencia, como su familia cercana, grupos de amigos y colegas, comunidades online, etc.
Norma de comportamiento que las personas adoptan porque creen que las y los demás miembros de su grupo esperan que lo hagan. Esta creencia sobre el comportamiento socialmente aprobado se denomina a veces “expectativas normativas”.
Puede haber una mayoría silenciosa de personas que desaprueben determinadas prácticas pero que, aun así, las cumplan basándose en una percepción generalizada y errónea de lo que piensan las y los demás.
Esta discrepancia entre la mayoría de actitudes individuales y una práctica determinada se denomina “ignorancia pluralista”.
Una norma de comportamiento que la gente adopta porque cree que otras personas de su grupo de referencia hacen lo mismo. Esta creencia sobre lo que hacen las y los demás y cuáles son los comportamientos típicos se denomina “expectativas empíricas”. Esto suele ser motivo de ideas erróneas y de una “ignorancia pluralista” similar.
Existen varias normas sociales debido a las consecuencias de comportarse de determinadas maneras (opinión o reacción anticipada de las y los demás).
Lo que define estas normas es la “obligación” social que hay detrás de ellas y la creencia de las personas de que su cumplimiento condicionará su aceptación o rechazo por parte del grupo.
En el lado negativo, las sanciones pueden adoptar muchas formas, como el estigma, la evitación, los cotilleos o chismes, los insultos, la violencia, el exilio, etc.
En el otro lado, cuando seguimos las normas, somos recompensados socialmente (por ejemplo, elogiados/as, honrados/as).
Las excepciones son un conjunto de circunstancias en las que romper la norma sería aceptable.
Quienes se benefician de una norma que contribuye a consolidar su posición de poder pueden participar directamente en la aplicación de la norma para mantener el statu quo social.
Un ejemplo típico de ello es la dominación de los hombres sobre las mujeres, y su múltiple expresión a través de formas de violencia socialmente aceptadas y aplicadas por los hombres. Es posible que el grupo subordinado no disponga de los recursos, como autoridad, credibilidad, visibilidad, dinero, fuerza o red relacional, necesarios para desafiar la norma y su aplicación.
La fuerza de la influencia normativa es el resultado de múltiples factores: lo extendida que esté una norma, la importancia de su papel social, su alineación con las actitudes personales, la detectabilidad, las consecuencias del incumplimiento, la estructura de la red de referencia (lo densa y conectada que esté), etc.
El cumplimiento de las normas puede estar impulsado por el deseo de un individuo de pertenecer al grupo y manifestar su afiliación, incluso en ausencia de sanciones reales. El cumplimiento de las normas se ve entonces como una forma de ser reconocido como miembro de pleno derecho del grupo. Esto puede afectar a los comportamientos y otros signos externos, como la forma de vestir, de hablar, etc.
Las opiniones y creencias colectivas negativas y/o incorrectas sobre determinados grupos de personas condicionan fuertemente sus prácticas y el comportamiento de la mayoría hacia ellos, a menudo para mal, provocando rechazo y privaciones; por ejemplo, en algunos casos, las prácticas de crianza de niños con discapacidad.
Refleja el nivel de autonomía de una persona.
En un entorno social similar, los individuos se ven afectados de forma diferente por la presión procedente del grupo o la necesidad de cumplir con la identidad colectiva y la reivindicación de pertenencia.
Fuente:
Petit, V. (2019). El modelo de impulsores del comportamiento: Un marco conceptual para la programación del cambio social y de comportamiento. UNICEF. P. 38 – 39