Módulo 1: Fundamentos
Módulo 2: Primeros Auxilios Psicológicos
Módulo 3: (Auto)ayuda ante los síntomas post-traumáticos
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Descubrimiento en el borde de la empatía

En la literatura neurocientífica ya se ha documentado bien que los meditadores tienen mayor plasticidad mental y menor adherencia, es decir, cuando los pensamientos se “pegan” o perseveran dentro de la mente, que las personas que no meditan. La práctica de la meditación junto con una motivación desinteresada puede potenciar nuestra capacidad de conectar con nuestra propia experiencia subjetiva y con la experiencia de las demás personas (empatía), además de soltar más fácilmente pensamientos y emociones regulando a la baja de forma automática nuestra respuesta emocional y viendo las cosas con una mirada nueva.

Por ejemplo, según el neurocientífico Antonio Lutz, un practicante meditador puede tener una respuesta igual o más intensa ante un estímulo emocional, pero es capaz de recuperar la compostura mucho más rápidamente que un practicante inexperto.

En un artículo sobre la regulación de la atención, el Dr. Lutz describe cómo el efecto de una meditación de enfoque abierto o de atención abierta parece reducir nuestra tendencia a quedarnos atascados, fomentando con ello una mayor elasticidad emocional.

La neurocientífica Gaëlle Desbordes y sus colegas han estudiado la ecuanimidad y la meditación.

En concordancia con los resultados de la investigación de Antoine Lutz, la doctora Desbordes descubrió que uno de los beneficios de la meditación es “una desconexión más rápida de la respuesta emocional inicial y un regreso más rápido al punto de partida”. Esta capacidad puede facilitar el cambio en momentos breves de angustia empática a la ecuanimidad y la compasión.

Si conseguimos fomentar la capacidad de cambiar rápidamente nuestros estados mentales, una capacidad que podemos cultivar a través de la meditación, seremos menos proclives a caer por el borde de la angustia empática.

Esta flexibilidad mental nos ayuda a crear espacio internamente cuando afrontamos el sufrimiento de otra persona y también a tener claridad para diferenciar entre el yo y el otro. En nuestra práctica de meditación aprendemos a observar los pensamientos, los sentimientos y las sensaciones que fluyen y chocan entre sí durante nuestra experiencia subjetiva. Cuanto más hábiles seamos en no identificarnos con esas experiencias y podamos limitarnos a observarlas simplemente, mejor podemos evitar caer víctimas del sufrimiento ajeno.

Si caemos por el borde y nos ocurrirá de vez en cuando, no todo está perdido. La angustia empática nos puede servir de fuerza instigadora que nos empuja hacia la acción compasiva para acabar con el sufrimiento ajeno y el propio. Necesitamos cierto grado de activación, cierto grado de incomodidad para movilizar nuestra compasión.

Solo tenemos que asegurarnos de no quedar atrapados en el sieno de la angustia porque eso puede agotarnos y alejarnos del cuidado del prójimo. Si somos capaces de aprender a distinguir el yo del otro sin crear demasiada distancia entre el otro y nosotros, la empatía será nuestra aliada cuando estamos al servicio.

Una última intuición, quizá no se trate tanto de meternos en la piel de otros, sino más bien de invitar a otros a habitarnos, a meterse en nuestra piel, en nuestros corazones, volviéndonos con ello más grandes, más radicalmente inclusivos.

La empatía no solo es una forma de bordear el sufrimiento en nuestra barquita, es una forma de convertirnos en el océano. Creo que el don de la empatía nos hace más grandes siempre que no nos ahoguemos en las aguas del sufrimiento, y la empatía que se transforma en el cristal de nuestra sabiduría nos brinda energía para actuar desinteresadamente a favor de los demás.

Un mundo sin empatía es un mundo muerto por los demás, y si estamos muertos para el otro, estamos muertos para nosotros(as) mismos(as).

Compartir el dolor ajeno nos permite dejar atrás el estrecho desfiladero de la indiferencia egoísta e incluso de la crueldad y acceder al panorama más grande, más expansivo de la sabiduría y la compasión. También siento que la empatía es un imperativo humano y que nuestra bondad básica nos invita a asumirlo. Recordemos las palabras del gran filósofo Arthur Schopenhauer:

“¿Cómo es posible que el sufrimiento, 
que ni es mío ni tiene nada que ver conmigo,
me afecte inmediatamente como si fuera el mío?
¿Y con tal fuerza que me mueva a la acción?”

La empatía cuando es sana puede ser una llamada a la acción, una acción que nos persiga aliviar nuestra incomodidad personal, sino la gran bendición de aliviar el sufrimiento del mundo.

Fuente:

Halifax, Joan. (2020). Al borde del abismo. Editorial Kairós. Capellades. Pág. 131-135 (extracto del capítulo 11)