Módulo 1: Fundamentos
Módulo 2: Primeros Auxilios Psicológicos
Módulo 3: (Auto)ayuda ante los síntomas post-traumáticos
1 of 4

El sistema autónomo

El sistema nervioso autónomo regula las funciones corporales involuntarias de nuestro cuerpo, como

  • el latido del corazón,
  • la presión arterial,
  • la digestión y la respiración.

Funciona de manera automática, incluso mientras dormimos, y se compone de dos ramas principales: los sistemas simpático y parasimpático, cada uno activado por distintas partes del cerebro y responsable de respuestas fisiológicas específicas.

El sistema simpático

El sistema simpático, a menudo asociado con la respuesta de “lucha o huida”, se activa ante situaciones percibidas como peligrosas.

Desde el cerebro reptiliano, nuestro cuerpo y menta hacen lo necesario para sobrevivir y actuar rápidamente, incluso antes de que seamos conscientes de la amenaza:

  • aumenta nuestro ritmo cardíaco y la presión arterial para llevar más sangre y oxígeno hacia los músculos y órganos vitales como los pulmones y el corazón;
  • dilata las pupilas para mejorar nuestra visión en condiciones de poca luz, y así percibir con visión de túnel los movimientos y detalles relevantes, y descartar lo que creen irrelevante (si nos enfrentamos a un oso, no vemos ni las hojas ni los pájaros: solo vemos el oso, los troncos que podríamos utilizar como armas y las vías de escape);
  • libera neurotransmisores como la adrenalina y la noradrenalina, que son las que activan nuestro corazón y presión arterial, y hormonas como el cortisol, que elevan el umbral del dolor y permiten una mejor gestión de las heridas.

En circunstancias extremas o duraderas el sistema simpático puede suprimir funciones menos críticas, como la digestión, la fertilidad o la inmunidad, para conservar energía.

Normalmente, la respuesta simpática es temporal y se desactiva una vez que la amenaza ha pasado. Sin embargo, en casos de trauma (con el secuestro amigdalino y la hiperactividad), el sistema simpático se mantiene en niveles de alerta altos, sin dejar espacio para la recuperación.

El sistema simpático no está únicamente vinculado a situaciones de amenaza. En la vida cotidiana, se activa y desactiva según las necesidades del momento. Se pone en marcha cuando nos despertamos, jugamos, bailamos o hacemos ejercicio, para sostener e impulsar la actividad, así como cuando damos una charla en público, para mejorar nuestra concentración.

Este entendimiento es crucial, ya que a menudo asociamos el sistema simpático exclusivamente con aspectos negativos, como la lucha o huida, y olvidamos que también cumple funciones esenciales en nuestra vida diaria y que puede ser entrenado y reforzado para funcionar en momentos placenteros y seguros.

El sistema parasimático

El sistema parasimpático, conocido como el sistema de “descanso y digestión”, entra en acción para restaurar la calma y las funciones corporales después de una activación del sistema simpático. Con la ayuda de la oxitocina disminuye el ritmo cardíaco y la presión arterial. La acetilcolina estimula la digestión y facilita el procesamiento cerebral y la integración de las experiencias vividas.

Cuando sufrimos trauma prolongado o estrés crónico el sistema parasimpático puede no funcionar bien e impedir el proceso de recuperación.

Esto puede hacer nos cueste relajarnos o dormir, y que nuestro cuerpo no pueda reparar tejidos, digerir bien, luchar contra infecciones ni tener a disposición los recursos necesarios para el bienestar y la salud.

Podemos entrenar nuestro cerebro y cuerpo para optimizar la activación del sistema parasimpático. El yoga, la meditación, el cultivo de la presencia en actividades cotidianas, la regulación de la respiración o gestos autocompasivos lo fortalecen y entrenan como si fuera un músculo.

Ejercicios físicos que alternan entre excitación y descanso preparan un sistema parasimpático que sabe contrarrestar los efectos del simpático.

Práctica de relajación progresiva de Jacobson.

Esta técnica de relajación, desarrollada por Edmund Jacobson a principios del siglo XX, consiste en tensar partes específicas del cuerpo de forma progresiva entre dos y cinco segundos antes de soltar y sentir la relajación.

El objetivo es liberar el estrés acumulado en distintas partes del cuerpo y tomar conciencia de las zonas que tienden a tensionarse más.

Para practicar esta técnica busca un lugar donde puedas tumbarte cómodamente.

Es ideal seguir un orden estructurado, comenzando por los pies y subiendo hasta la cabeza (pies, piernas, abdomen, pecho y hombros, brazos, manos, cuello y cara) o hacerlo en sentido inverso, comenzando por las manos y terminando con los pies.

Fuentes:

Macaya, María. (2024). Yoga sensible al trauma. Sanando desde el interior. Plataforma Editorial. Barcelona. Pág. 79-81