Módulo 1: Fundamentos
Módulo 2: Primeros Auxilios Psicológicos
Módulo 3: (Auto)ayuda ante los síntomas post-traumáticos
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Las estructuras y redes cerebrales

“El cuerpo percibe antes lo que la mente aún no sabe”. Nazareth Castellanos

En este capítulo exploraremos ciertas estructuras cerebrales que nos ayudarán a comprender cómo funcionamos. Aunque nos referimos a estas estructuras en singular, cada una de ellas existe en pares, una en cada hemisferio del cerebro.

Como ya sabemos, las funciones pueden variar ligeramente de un lado a otro, y trabajan juntas para enriquecer nuestra percepción y comprensión del mundo.

Todas las estructuras desde su propia especialización contribuyen a nuestro funcionamiento global y a nuestra forma de interpretar la realidad.

Debido a la complejidad y la interconectividad del cerebro, el flujo de información no sigue un único camino lineal. Las señales se transmiten simultáneamente a varias partes del cerebro y permiten que cada región aporte su enfoque y sus habilidades. Somos el resultado de este complejo trabajo en equipo cerebral.

El tálamo

El tálamo es el detector de humos de nuestro cerebro y está justo encima del tronco encefálico, cerca de la nuca.

Es la principal estación de relevo del cerebro para la información sensorial de la vista, el oído y el tacto. El olfato es el único sentido que toma un camino directo y va sin rodeos al bulbo olfativo, situado cerca del hipocampo, el núcleo de nuestra memoria.

Esta conexión directa y su ubicación explican por qué los olores tienen el poder de evocar recuerdos del pasado con tanta rapidez y fuerza.

El tálamo recibe y distribuye la información sensorial a las áreas específicas del cerebro para su procesamiento adicional. En este punto inicial todavía no tenemos conciencia de la información recibida.

Esta actividad se reduce durante el sueño, lo que permite a la mente descansar de los estímulos exteriores.

En situaciones de trauma, el tálamo aumenta su sensibilidad a los estímulos o alternativamente desconecta de ellos.

La atención plena y la conciencia corporal cultivada con ejercicios de atención plena o el yoga sensible al trauma ofrecen un medio para restaurar la regulación del tálamo; promueve un procesamiento sereno de los estímulos sensoriales y así atenúa la tendencia a la sobrerreacción. En casos de disociación, esta práctica fomenta un estado de mayor conciencia y conexión con el entorno.

La amígala

La amígdala es el vigilante emocional de nuestro sistema nervioso.

Se encarga de procesar y responder a nuestras emociones, especialmente el miedo.

La amígdala es la que hace sonar la alarma cuando percibimos una amenaza y prepara al cuerpo para reaccionar instantáneamente con las respuestas de lucha y huida.

Ella guarda nuestra memoria emocional para asociar estímulos con peligro y así reaccionar cuando sea necesario.

Cuando experimentamos un trauma, la amígdala crece en tamaño y puede quedar atrapada en lo que llamamos el secuestro amigdalino.

En este estado, la amígdala permanece en estado de alerta constante y reacciona emocionalmente ante los estímulos sin pensar o pedir información a las partes menos emocionales del cerebro.

Es una sobreactividad agotadora que a la larga puede dañarnos a nivel emocional, psíquico y físico.

Los ejercicios de atención plena y el yoga sensible al trauma, ayudan a calmar esta alarma constante.

La relación terapéutica, la presencia plena, la conciencia corporal, el movimiento consciente, la respiración consciente y la regulación del sistema nervioso nos ofrecen vías para calmar la amígdala y restaurar un sentido de equilibrio y bienestar.

El hipocampo

El hipocampo es el núcleo principal de nuestra memoria.

Forma nuevos recuerdos y nos facilita la navegación espacial.

Cataloga y almacena nuestras experiencias diarias para que podamos acceder a ellas más tarde, permitiéndonos aprender de lo vivido y planificar el futuro.

En el trauma, el hipocampo queda debilitado.

La exposición prolongada al cortisol, la hormona del estrés, daña esta estructura y la hace más pequeña.

Con ello, se dificulta la formación y consolidación de recuerdos.

El yoga sensible al trauma y ejercicios de conciencia de nuestras sensaciones reducen los niveles de cortisol, promueven un estado de calma en el cuerpo y, a través del movimiento consciente en el espacio, tienen efectos directos sobre el hipocampo que puede así repararse y favorecer el crecimiento de nuevas células con la neurogenesis.

Además, con la reducción de la actividad amigdalina, el hipocampo recupera espacio de intervención en la toma de decisiones.

La ínsula

La ínsula es el puente entre cerebro y cuerpo.

Gestiona nuestra postura corporal, postura mental y el sentido de la identidad.

Es la parte del cerebro que nos hace ser conscientes de nosotros(as) mismos(as) como distintos de la otra persona. También monitorea constantemente el estado interno de nuestro cuerpo a través de la interocepción. Si cambias tu postura corporal, cambia tu estado de ánimo.

Hay un cómic de Snoopy que demuestra esta conexión de forma divertida, pero real. Charlie Brown, desde una postura corporal desanimada, le dice a Lucy: “Cuando estás deprimido, eso de la postura es muy importante. Lo peor que puedes hacer es erguirte y levantar la cabeza porque enseguida empiezas a sentirte mejor”.

Esto es un buen recordatorio para tener cuidado de cuánto tiempo pasamos encorvados mirando el móvil.

De la misma manera, cuando hablamos con alguien, nos fijamos más en su postura corporal y expresiones faciales que en sus palabras.

Un “te quiero” dicho con los brazos cruzados o un “estoy bien” de alguien cabizbajo nos resulta incongruente y solo creemos el lenguaje corporal. Al despertarnos cada mañana, la ínsula le pregunta al cuerpo, ¿estamos?, ¿sentimos?, confirmando nuestro sentido del yo y nuestra identidad.

Ella también, por esta misma vía, reconoce y siente a las y los demás. Eso es la empatía.

En contextos de trauma, la ínsula puede verse sobre estimulada, aumenta la sensibilidad a las señales internas de alerta, alerta la forma en que interpretamos nuestro sentido de seguridad y de quienes somos, y desconecta de esa capacidad de reconocer el estado del otro y de sentirse seguro con el otro.

El yoga sensible al trauma es un recurso para armonizar la ínsula.

La ínsula influye sobre nuestra relación con nuestro cuerpo, nuestro sentido de identidad y nuestra capacidad de conectar y sentirnos seguros.

A través de la práctica nos volvemos observadores de nuestras experiencias internas corporales sin juicio, promovemos la seguridad interna y autoaceptación, y exploramos nuevas formas corporales para abrir la puerta a nuevos estados mentales y emocionales. Una relación terapéutica segura y un trabajo en comunidad de apoyo ayudan a la ínsula a regularse y a abrirse no solo a la experiencia propia, sino también a la conexión con las y los demás.

La corteza cingulada

La corteza cingulada forma un puente entre nuestra emoción y cognición. Esta estructura está implicada en nuestras respuestas emocionales, en la atención y la motivación. Nos ayuda a tomar decisiones éticas y morales y a reaccionar al dolor y al conflicto.

Con ella evaluamos situaciones y, junto con el input de nuestro estado emocional, decidimos cómo reaccionar ante ellas. Por ejemplo, ante un conflicto, la corteza cingulada puede ayudarnos a sentir la tensión emocional y al mismo tiempo a buscar soluciones racionales.

En el trauma, la corteza cingulada puede hiperactivarse y tener dificultad para regular todas sus funciones fundamentales.

La atención plena y el yoga sensible al trauma ayuda a equilibrarla.

A través del lenguaje opcional, la presencia plena y la conciencia corporal, ganamos comprensión de nuestro ser emocional y cognitivo, y cultivamos la capacidad de tomar decisiones coherentes y beneficiosas.

La corteza somatosensorial

La corteza somatosensorial procesa conscientemente nuestras sensaciones físicas y la posición y movimiento de nuestro cuerpo para interactuar con el entorno.

También asocia sensaciones corporales con recuerdos, creando así recuerdos implícitos. Tiene la forma de una diadema y en ella alberga un mapa preciso de nuestro cuerpo y de cada una de sus partes. La investigación científica ha identificado qué segmentos de esta “diadema” procesan y modulan las sensaciones de distintas áreas corporales y que reconocen nuestro cuerpo como un todo unificado.

Ahí vemos que no todas las partes del cuerpo son igual de importantes para nuestro cerebro. Las manos, la cara y los pies tienen una relevancia especial. Por eso establecemos una conexión especial al darnos la mano o compartir un beso.

Para visualizar cómo el cerebro mapea nuestro cuerpo, el homúnculo de Penfield nos ofrece una representación gráfica esclarecedora.

En el trauma, la corteza somatosensorial puede volverse más sensible, quedar atrapada en sus recuerdos sensoriales y reaccionar de manera exacerbada a estímulos del tacto. A menudo, en un intento de sostener lo insostenible, puede llevarnos a disociar de las sensaciones corporales.

En una postura de yoga, la corteza somatosensorial reconoce cada parte del cuerpo de forma aislada y también integra la sensación del cuerpo en su totalidad. Desde ahí podemos regular sus funciones y crear nuevos recuerdos sensoriales.

La corteza motora

La corteza motora inicia y regula los movimientos voluntarios.

Coordina, secuencia y ejecuta nuestros gestos y movimientos complejos y sencillos y nos facilita una interacción consciente y deliberada con el entorno.

Situada al lado de la corteza somatosensorial, existe una comunicación constante entre ellas.

El estrés y la ansiedad del trauma dificultan la coordinación y la fluidez de nuestros movimientos, pues provocan rigidez, tensión y temblores.

En casos de congelación, se inhibe nuestra respuesta motora y en sumisión pierde su tonalidad y energía.

El yoga sensible al trauma fomenta el movimiento consciente, nos permite cultivar la presencia, explorar y reintegrar patrones de movimientos más naturales y relajados y liberar la tensión muscular acumulada.

Ahí aprendemos a movernos de manera consciente y adoptamos nuevas posturas y movimientos que tienen efecto directo sobre nuestras emociones y postura mental.

La red neuronal por defecto

La red por defecto es nuestro viajero mental, adonde vaga nuestra mente cuando no estamos concentrados en tareas específicas.

La red por defecto es un conjunto de áreas cerebrales que se activan principalmente cuando nuestra atención se desvía del mundo exterior hacia nuestro mundo interior y cuando estamos en reposo. Viajamos en el tiempo, imaginamos futuros posibles, recordamos el pasado, planificamos y reflexionamos sobre nosotros(as) mismos y sobre las demás personas.

En estos momentos introspectivos se configura nuestra autoconciencia.

En el trauma, la red por defecto puede volverse hiperactiva o desregulada, nos encontramos con la rumiación excesiva y negativa del pasado o el futuro y nos alejamos del presente.

La atención plena y el yoga sensible al trauma ofrecen un alivio de esta rumiación, construyen nuevas narrativas y patrones mentales y nos permite crear una nueva relación con nuestra mente y con el silencio exterior.

El eje hipotálamo-pituitaria-adrenal (HPA)

El eje hipotálamo-pituitaria-adrenal (HPA) es el principal sistema de gestión del estrés en nuestro cuerpo, conecta y orquesta las señales hormonales y regula y libera el cortisol, conocido comúnmente como la hormona del estrés.

En el contexto del trauma o del estrés crónico, el eje HPA se queda atrapado en un estado de hiperactividad, como si el botón de alerta estuviera presionado permanentemente.

Este flujo continuo de cortisol es un desgaste para el cuerpo y la mente, tiene repercusiones considerables sobre nuestro estado mental y físico y afecta a nuestra memoria, concentración, sueño, además de deteriorar la salud del sistema inmune, cardiovascular y óseo.

El yoga sensible al trauma reduce los niveles de cortisol, fomenta la secreción de la oxitocina, la hormona de la felicidad y la conexión, un antídoto al cortisol, y promueve los estados tan necesitados de relajación y conexión.

Fuentes:

Macaya, María. (2024). Yoga sensible al trauma. Sanando desde el interior. Plataforma Editorial. Barcelona. Pág. 109-117