Los traumas con T mayúscula son aquellos que surgen de eventos que ponen en riesgo la vida objetivamente y que todo el mundo reconoce como traumáticos. Podemos vivirlos en primera persona, ser testigo o incluso escuchar sobre ellos para que sean potencialmente traumáticos. Una violación, una lesión grave, un incendio vivido, visto, escuchado, desafían nuestra capacidad de respuesta y marcan un antes y un después en nuestra vida.
El trauma con t minúscula se refiere a traumas menores. Son eventos perturbadores pero que no se consideran clínicamente amenazantes.
Estos son sucesos cotidianos desafortunados y que hemos normalizado como la pérdida de un trabajo, una ruptura sentimental o sufrir acoso escolar. Ser víctima de microagresiones por discriminación, vivir en riesgo de exclusión o sufrir de soledad también pueden ser considerados traumas menores que no tienen clasificación clínica. Es importante reconocer la relevancia de estos traumas y darles la atención que merecen.
Se estima que un 20% de las personas que experimentan un evento traumático desarrollan trauma. Lamentablemente, esta cifra no refleja a aquellos que por vergüenza o falta de recursos no buscan ayuda. Tampoco contempla las heridas menos graves pero limitantes que afectan a una sociedad en la que el evento traumático es una parte inherente de su existencia.
La sanación, tanto el trauma con T mayúscula como con t minúscula, es posible. La distinción entre evento y trauma es crucial aquí.
No podemos cambiar un evento que ya ocurrió en el pasado.
Sin embargo, tenemos la capacidad de transformar el significado y efecto que tiene sobre nosotros hoy internamente.
Mediante la sanación tenemos la oportunidad de liberarnos y potencialmente de crecer y aprender. La resiliencia y el crecimiento postraumático nos ofrecen dos ventanas de esperanza.
La primera en la prevención del trauma y la segunda en el potencial crecimiento que puede surgir después de haber sufrido un evento traumático.
Los eventos que ocurren durante la infancia forman la personalidad,
los que ocurren durante la vida adulta la transforman.
Esta reflexión nos invita a cuestionar qué partes de quienes somos se han instaurado como mecanismos de afrontamiento que se desarrollaron tras un trauma y que se han perpetuado.
No está en nuestra naturaleza temer las aglomeraciones, evitar las relaciones íntimas, desconfiar de nuestras capacidades o sobresaltarnos por el sonido de un portazo.
Algo malo pasó o algo bueno no ocurrió que nos ha hecho entender la vida de esta manera. Estos no son parte de nuestra personalidad y carácter sino aprendizajes integrados.
Fuente:
Macaya, María. (2024). Yoga sensible al trauma. Sanando desde el interior. Plataforma Editorial. Barcelona. Pág. 39-41